El jueves 14, día en el que se recordaba la proclamación de la II República, escribí:
"Como trabajador de La voz de la calle me hubiera gustado agradecer al Sr. Lagunero la resolución favorable del conflicto provocado por un proyecto absurdo y enloquecido, pésimamente gestado, que ha demostrado una absoluta falta de dirección, tanto en la redacción como en lo gerencial.
Me hubiera gustado proclamar que la familia Lagunero había compensado en justicia la tremenda responsabilidad de haber creado una expectativa de un año de trabajo en cuarenta trabajadores ilusionados y entregados. Sin tener opción para compensar a los miles de lectores que confiaban en la aparición de un medio de las características que se anunciaban para La voz de la calle.
Me hubiera gustado canalizar a partir de este momento la rabia, exclusivamente, hacia quienes considero con igual responsabilidad que Lagunero en este esperpéntico naufragio de una nave que no se había llegado a botar.
Pero no, el señor Lagunero, que sé perfectamente que no cuenta con la salud física ni psíquica necesaria para tomar decisiones, o su familia, o sus asesores, o sus abogados, han tomado la decisión de maltratarnos en el final subsiguiente.
Éramos un colectivo de unos cuarenta trabajadores estafados en sus ilusiones, engañados al servicio de fines ajenos a lo que se nos había convocado, castigados un número de horas innecesario en un trabajo sin perspectivas durante dos meses a unos, un mes a otros, etc., que reclamaban una compensación de seis meses de sueldo cuando se les había sacado de otras empresas, o del paro, o de perspectivas claras de otros trabajos, o de su aburridas vidas cotidianas, con la garantía de un año de contrato.
Un año era tiempo más que suficiente para conseguir que el periódico sólo dependiera de nuestro esfuerzo y de nuestras capacidades individuales y colectivas, para prolongar ese plazo en función exclusivamente de la conexión que lográramos con ese público lector que anhela un medio de comunicación que cuente lo que los medios actuales callan o tergiversan.
De golpe unos consejeros de la empresa nos abrían los ojos, confirmando lo que ya veíamos y queríamos no creer. Y otros nos han dicho que no tenemos más que dos meses de plazo para rehacer nuestras vidas, sólo dos meses para recuperar, en muchos casos, lo irrecuperable, para reemplazar lo irreemplazable, dos meses para enfrentarnos, de nuevo desarmados, con una sociedad cruel que trata salvajemente a los más débiles, a ese ejército de gentes en paro.
Me hubiera gustado no tener la rabia que tengo hoy contra la familia Lagunero (o asesores, o abogados) por no aceptar llegar, cuanto menos, a la mitad de lo que todos en asamblea considerábamos justo. Por no aceptar siquiera, mediante su abogado negociador, aumentar esos dos meses de "indemnización" con el maldito ordenador del que nos habíamos encariñado muchos y que en el mercado no vale nuevo ni 200 €.
Pero es verdad que, sobre todo, me hubiera gustado no tener este sueño convertido en cruel pesadilla, nacido de la combinación del dinero de Teodulfo Lagunero y la idea de Rodrigo Vázquez de Prada de hacer un periódico de la "izquierda transformadora"."
Hoy viernes la indignación ha crecido a límites estratosféricos cuando nos han montado un "presunto" engaño monumental. Una "presunta" burda traición a su propia palabra dada. Hoy la familia de Lagunero nos ha demostrado que tenía un plan perfectamente urdido para que no tuviéramos más remedio que perder la dignidad o quedarnos sin nada. Y nos han dejado en pelotas. Hoy la familia, que se escuda en su falta de dinero y en la proximidad de su muerte, nos ha demostrado que les vale más conservar uno de los muchos cuadros de su residencia en Fuengirola (por ejemplo) que el nombre de Lagunero termine más embarrado de lo que ya está.
No voy a calificar lo que han hecho, ni voy a dar los datos, porque me da mucho miedo la justicia española, que sé por experiencia que no es nada justa, pero el lector se lo puede imaginar poniéndose en lo peor y más desagradable.
La asamblea de trabajadores no ha transigido con la desfachatez, ha levando su voz indignada y vuelve a reclamar lo que es justo. Esta historia aún no ha cerrado su capítulo de conflicto.